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El azar tiene el poder de volver «atractivos» los números aparentemente «feos» o «raros» de la Lotería de Navidad. Desde el mes de julio, cuando los primeros décimos del Sorteo de Navidad de la Lotería Nacional
llegan a las administraciones, los fieles jugadores los eligen por que
les evoque a una fecha concreta que para ellos es o fue especial;
algunos continúan con el que por tradición ha jugado la
familia y otros, simplemente, se deciden por el número que relacionan
con la suerte: el 15, el 7, el 23… Suelen ser los llamados números
«bonitos». Sin más ciencia.
El comprador habitual de Lotería de Navidad, cuando llega a una administración, un bar o una tienda que disponga de décimos,
o acude a la lotera de toda la vida afincada en una de esas esquinas
transitadísimas de la ciudad, en la mayoría de los casos, si le ofrecen,
por ejemplo, el 00675, lo rechazará. Pocos serán los que den sus «cuartos» por este «feo» número. Esto mismo ocurrió en 1962. Y es que, quién iba a pensar que el 00675 sería el agraciado ese año con el «gordo» en Sevilla. Casi nadie, seguro. Y si no, que se lo hubieran dicho a José Egea Rubio, conocido por aquellos entonces en Sevilla como «El Triste» . Le costó la misma vida vender el «raro» del «gordo».
José, natural de Serón (Almería),
se trasladó a la capital hispalense en 1922 cuando sólo tenía 24 años
para trabajar como peón. Veinte años más tarde, después de dispensar
frutas y verduras por los cortijos y ventas de Sevilla, comenzó a vender Lotería. El 15 de diciembre de 1962 la fortuna quiso que José retirara de la Administración número 8 de la calle Santa Ana, cerca de la Alameda de Hércules, el 00675, tal y como aseguraron para las crónicas de la fecha los hermanos Adela y José Sánchez Parejo, regentes del negocio. El 22 de diciembre de ese año el «transistor» era el encargado de anunciar la buena nueva: «Treinta millones de pesetas se van para Sevilla».
Nadie quería comprarle el número a José porque era un número «feo»
Y ¿de dónde viene eso de «El Triste»? Cuando vendía frutas, una mujer de Valdezorras
acumuló una deuda bastante graciosa con José. Ella seguía comprando y
José seguía fiando. Viendo que la señora no pagaba, cada vez se
presentaba ante ella con un semblante más serio, hasta que un buen día
la señora le dijo: «No se ponga triste, hombre; hay que ver lo triste
que está usted». Y desde entonces se le conoció con ese apodo.
Pero «El Triste» repartió alegría. Concretamente por las zonas que, por aquel entonces, se conocían por periféricas: San Jerónimo, Pino Montano o Torreblanca. Una carbonera de la avenida de Miraflores, las vecinas de una casa de la calle Quiroga, trabajadores de un bar del barrio de Los Carteros,
todos ellos vitoreaban: «¡Viva El Triste!», que con sus décimos y
participaciones había conseguido que muchos huecos se taparan, muchas
deudas quedaran saldadas y muchos niños recibieran juguetes ese año de
parte de los Reyes Magos. El «numerito» también llegó a La Rinconada, a Gines y a Portugal. El empeño de «El Triste» por vender todos sus boletos hizo que la Navidad de 1962 fuese algo más llevadera para muchas familias humildes de la ciudad.
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